martes, 15 de marzo de 2016

Me Gustas Por Mamona

“Cause a real man knows a real woman when he sees her
and a real woman knows a real man ain’t ‘fraid to please her
And a real woman knows a real man always comes first
And a real man just can’t deny a woman’s worth…”
- Alicia Keys, “A Woman’s Worth”


…Y en la esquina de un bar
yo te vi, que te estaban besando
junto a la pared…
- Diego Torres, “No Lo Soñé”


“Me gustas por mamona”. Me caga la madre esa frase, que tú has escuchado hasta el cansancio. Creo que hay que ser muy pendejo, o muy masoquista, para pensar así. Ese modo de pensar te ha traído gran cantidad de  comidas, bebidas y regalos costosos: flores de las caras, perfumes, como los que tanto te gustan pero de los que no sabes nada, bolsas, a las que o les haces el feo o las llenas inmmediatamente de pendejadas. Todos cortesía de un montón de babosos a los que les gustas, según ellos, por bonita, y por mamona.

La verdad es que ni estás tan bonita. Eres bonitilla, con esa cara que recuerda un poco a Gasparín el fantasma amistoso. Pero una nariz de botón, ojos grandes y labios de puchero son suficientes para desarmar un montón de pendejos. Juegas con todos ellos al mismo tiempo, te crees muy lista porque gastan dinero en ti y a muchos ni les das nada, y para cuando se dan cuenta (claro, suponiendo que llegan a darse cuenta), ya los despelucaste. Cómo te gusta venderte barata.

Yo no sé cómo es que no se dan cuenta de lo que quieren las mujeres. A todas las viejas les encantan los regalos y que las traten como reinas. Pero los que usan esas pendejadas por toda estrategia por lo general fracasan. Pocos logran que la fulana en cuestión se enamore nada más con eso. La que cae es porque ya le gustaba el güey en cuestión o porque también es un poco pendeja. Dirán que hay mujeres que aprecian los esfuerzos, mujeres que valen la pena. Pero a esas no te las compras con dinero. Esas caen hasta con un poema, que es gratis, mientras sea sincero y escrito desde el fondo del corazón.

No, las viejas no quieren un tipo que sienta que tenga que estar haciendo esfuerzos para ganársela. Las viejas quieren al macho alfa, al líder de la manada. Dicen que no, pero les encanta que las traigan botando. El güey que no les habla cuando les dijo, es en el que piensan y del que hablan con sus amigas. Hasta parece que les gusta batallar.

Uno de esos pendejos, tal vez el más pendejo, se lució especialmente contigo. Te llenó la sala de tu casa de flores y el carro de globos en tu cumpleaños. Te regaló ropa, discos, accesorios, todo para recibir en recompensa tus sonrisas llenas de gloss transparente, de ese que crees que te vuelve sensual pero hace tus besos asquerosos y pegajosos. Y el pendejo pensaba darte aún más, todo quería dártelo hasta el día en que te vio besándote abajo de un arbol, afuera de un bar, con una rosa roja en la mano, con un idiota patético del que hasta tus amigas se burlaban, y al que hace mucho que dejaste de ver.

¿Te acuerdas?

A tí ya se te olvidó, no piensas en ellos mientras me miras y me sonríes coquetamente desde el otro lado de la mesa, donde comimos la comida que tú misma preparaste, y que estaba más bien mala, porque tú, no creas que me engañas, no cocinas nunca. Dices que te gustan mis ojos y mi boca, pero sé que podías haberme pasado de largo. Caíste conmigo porque te pongo en tu lugar, porque te llamo cuando me da la gana. Porque ni me gustas, pero te lo preguntas, porque me ves en control de la situación. Te trato bien, pero hay algo de lo que no estás segura, y eso es nuevo para tí. No me molesto en esconder que me gustan las mujeres de gran inteligencia, un atributo que tú no sabes lo que se siente tener. Dejo de ponerte atención por ver el futbol, aunque hay partidos que ni me interesan tanto pero son mejores que tu plática: absorben más mi atención, y a las mujeres cualquier cosa que atrape la atención de un hombre las enoja y las hace sentir inseguras. Quiero una vieja que sepa la diferencia entre Mikka Hakkinen, Mika Penniman y Mika Waltari, y tú lo único que sabes es que el segundo es puto. Eres tan bruta que ni te has fijado que mi nombre, Carlos Rodríguez, es demasiado común, tan común, que tengo el mismo apellido de Antonio Rodríguez, el pendejo más grande de todos a los que les has visto la cara. Pero resulta que Antonio Rodríguez es mi hermano menor, y por eso estoy aquí. Para darte a probar una de las tuyas, pinche puta barata.

Llevabas ya un par de meses saliendo contigo cuando lo organicé todo, y sé que estabas empezando a enamorarte. Por eso te iba a doler. Tú ibas a salir del bar con tus amigas, y yo estaba esperando con mi amiga Marcela, ella con la correspondiente rosa en la mano, listo para que me vieras besándola cuando salieras. Pero no estaba listo para lo que siguió.

Cuando me viste con Marcela me jalaste y gritaste mi nombre. Querías estrujarme, pero te agarré de las muñecas, con tanta fuerza que el color escapó de tu cara, y creí ver algo que había visto antes. Excitación… no lo creí probable…

Ese minuto de sorpresa me costó que te zafaras, y con la mano libre, intentaste darme la cachetada que tú te merecías que te dieran la primera vez. Fallaste, eres derecha y tenías libre la mano izquierda. Pero a mí ninguna vieja me iba a golpear, ni siquiera a intentarlo. Tus intentos fallidos y tu boca, segun tú lista para escupirme, me cayeron tan en el hígado que no medí mis acciones y mi mano se estampó en tu mejilla blanca, algo que nunca había hecho ni pensé hacer jamás.

Aún con el desprecio que sentía por tí pensé en disculparme. Tú ya sabes cómo soy, pero respeto a las mujeres como me gusta que respeten a mi madre y a mi hermana. Pero apenas había abierto la boca, y tenía la mano a medio bajar, cuando te lanzaste sobre mí y me besaste como nunca me habías besado. No sentí nada por tí desde el corazón, pero aquel primer beso real, apasionado, me despertó algo adentro. Ante la mirada atónita de Marcela y de tus amigas, mis manos y tus manos encontraron el mismo ritmo, y comenzaron acciones para las que el mejor lugar no es la calle. Todo terminó en un motel, de esos a los que decías que nunca ibas, y el sexo, plagado de las bofetadas que ya sé que disfrutabas, sí que fue algo diferente. Tanto, que mi venganza se fue al diablo.

No te quiero, pero te sigo viendo, porque esto se está convirtiendo en una adicción, y tengo que excusar mis golpes en tu cara y cuerpo en el hecho de que sé que te gustan, y las horas que he pasado con las manos esposadas o la cintura amarrada con las largas erecciones que terminan en tu boca. No sé qué es lo que sigue, pero sé que estás enamorada de mí, y, ¿sabes qué? me vale verga. Pero sé bien que ahora mismo, no soy capaz de enamorarme de nadie más. De nadie.

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